Se ha apagado el corazón de Extremoduro
Se ha ido.
Aún lo estoy asimilando. La noticia me ha golpeado como una de esas canciones de Extremoduro que te entra por la nuca y te deja sin aliento. Roberto Iniesta, el puto Robe, el poeta sucio, el que le puso letra a la vida que va por el arcén, ya no está. Y con él se va un pedazo inmenso del rock en español.
Para los que crecimos con el rock nacional, Robe no era solo un músico. Era una biblia mal encuadernada, un manual de instrucciones para vivir jodidamente libre, o al menos para intentarlo.
El legado de Extremoduro es precisamente eso: la ruptura absoluta.
Hoy, el cine y la música tienen miedo de decir las cosas por su nombre. Todo es suave, pulido, diseñado para no molestar. Pero Robe venía de otra escuela. Él cantaba a la mierda, a la rabia, al amor desgarrado, a las drogas y a la belleza que solo se encuentra cuando miras el mundo con los ojos bien abiertos y sin anestesia.
Sus letras eran un golpe en la mesa contra lo políticamente correcto mucho antes de que esa frase se pusiera de moda. No usaba metáforas complejas ni se escondía tras grandes producciones. Su poesía era callejera, visceral, pero con una profundidad que ya quisieran muchos autores laureados.
La verdad sin filtros. Cuando escuchabas Jesucristo García o te perdías en los más de diez minutos de La Ley Innata, sentías que esa música era real. No era un producto de marketing. Era el resultado de un tipo que ponía el alma en el asador, a veces quemándose.
Y esa es la esencia que se ha perdido. Hoy, en el arte, vemos mucha película "plana" y mucha canción medida al milímetro para el algoritmo. Robe y su banda eran todo lo contrario: eran imprevisibles, caóticos, imperfectos y, por eso mismo, perfectos.
¿Quién se atreve a soltar frases como "Si me ves con otra pídele que se muera"?
Nadie. Porque ahora hay miedo a herir, a la cancelación, al qué dirán. Robe nunca tuvo ese miedo. Él hacía su música, la entregaba y el que quería, que la cogiera.
Esto no es solo la muerte de un cantante. Es el cierre definitivo de una era donde la autenticidad valía más que los likes. Es un recordatorio de lo difícil que es encontrar hoy en día un artista que sea tan honesto, tan crudo y tan inmensamente talentoso como él.
Solo nos queda subir el volumen, agarrar una guitarra si la tenemos, y gritar con más fuerza que nunca esos himnos que nos acompañaron en la carretera, en la rabia y en el amor.
Gracias por todo, Robe. Ahora sí, se ha consumado la "ruptura absoluta".

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